jueves, 2 de septiembre de 2010

La lucha por la diversidad sexual es una lucha socialista

Por: Álvaro Campana Ocampo

Este pequeño artículo fue escrito al calor de un debate sobre las relaciones entre la diversidad sexual y el socialismo producido en el Movimiento Tierra y Libertad a propósito de la pertinencia de un Comité de Diversidad Sexual y de nuestra participación en la Marcha por el Día del Orgullo.
El saldo no ha sido muy alentador en algunos aspectos porque es evidente que hay, cosa extraña ciertamente, quienes reivindican el socialismo y sin embargo tienen una gran carga autoritaria. Y, peor aún, hacen de este contrasentido una virtud exaltando los resortes íntimos más conservadores de algunos sectores de la militancia o de la población. Pero ni modo, Tierra y Libertad es un espacio también de disputa ya que aparece como un espacio en el que hay posibilidades de auténtica renovación política. Esperamos contribuir a que esto último sea una realidad.

El socialismo siempre fue un proyecto emancipatorio, libertario, una propuesta de radicalización de lo que significaron los ideales de la revolución francesa. Esta, con una fuerte impronta liberal, plasmó su orden político “democrático” en el Estado burgués que separaba lo político de lo social, estableciendo una concepción abstracta del ciudadano individual a quien se debían garantizar sus derechos privados, estableciendo el ámbito político, el aparato estatal como el espacio para dirimir las cuestiones públicas. Muchos revolucionarios denunciaron tal concepción planteando que tras la "democracia representativa" se escondían otras relaciones de poder. La lucha de Babeuf fue un antecedente de la tradición socialista al plantearse el problema de la igualdad social como un tema fundamental para establecer una auténtica libertad y comunidad de iguales.

Marx, por su parte, identificó al capitalismo como el marco de esa dominación identificando como su contradicción principal la contraposición entre el capital y el trabajo. Marx fue alguien que apostó por la abolición del Estado, pues lo consideraba una alienación del poder de los trabajadores y garante de la dominación de clase, una forma alienada a través de la cual se le quitaba a los trabajadores su capacidad de autogobierno, alejando las decisiones de sus condiciones fundamentales de vida. La tradición socialista, entonces, se ha caracterizado por plantearse la construcción de una democracia desde las bases sociales mismas de la vida, Babeuf y Marx lo hicieron pensándola desde la abolición de la propiedad privada y el trabajo.

Pero ya desde entonces aparecían otras voces identificadas con el socialismo como las de Flora Tristán, quien denunciaba la dominación y mayor explotación de las mujeres sostenida sobre la forma de la familia. Había, de hecho, otras formas de dominación contra las cuales el programa socialista debía luchar. La lucha por la emancipación también tenía que ver con los roles de género y con los dispositivos que supuestamente eran parte de la esfera privada y no de la pública. No son sólo los derechos y las luchas de los trabajadores, sino de las trabajadoras y las mujeres fundamental para construir un verdadero autogobierno del pueblo.

Pero además, y esto lo sabemos dolorosamente, el socialismo respondía en mucho a una matriz eurocéntrica que fue denunciada precozmente por gentes como José Carlos Mariátegui que se planteó el tema de la dominación cultural y trato de imaginar cómo los pueblos como el nuestro eran capaces de construir el socialismo desde las bases mismas de nuestra historia, nuestra cultura y nuestros pueblos. Las luchas indígenas debían para él incorporarse a las propuestas del socialismo. Mariátegui fue muy crítico del evolucionismo de su época y del mito del progreso que se había derrumbado con la primera guerra mundial y que impulsó a muchos revolucionarios, de países no centrales a luchar por la revolución.

Otro punto de quiebre en esta historia son las luchas surgidas a fines de los sesentas. Las juventudes del mundo se sublevaron no solamente contra la dominación capitalista en su dimensión de explotación económica, los deseos de esas generaciones planteaban otras luchas más puesto que empezaba a consolidarse la crítica y la lucha contra el capitalismo no solamente como un "modo de producción" sino como parte de un modelo civilizatorio que oprimía a los y las trabajadoras, que oprimía a las mujeres, que oprimía a los pueblos del mundo no occidentales, que destruía la naturaleza y que pretendía el control mismo de la sexualidad y de sus diversas formas. Por eso esta lucha alcanzó tanto a los pueblos que se hallaban dentro del orbe capitalista como los que se encontraban entonces bajo los regímenes del "socialismo real". Como dice el geógrafo marxista David Harvey tanto las dinámicas de solidaridad social, como las luchas por las libertades individuales generaron las mejores condiciones para constituir un proyecto socialista aún más integral, que en nuestros términos implicaran la desaparición de todas las formas de dominación, discriminación, explotación. Se gestó entonces la gran revolución feminista en el mundo y se sentaban las bases para una crítica contra la idea de la naturaleza como mero objeto a explotar.

Sin embargo, estas dinámicas que inevitablemente también se tensaban entre sí, porque la articulación entre la autonomía individual y colectiva siempre es tensa, compleja, no fueron asumidas por las vertientes hegemónicas que hicieron del socialismo un nuevo argumento ideológico para justificar la dominación en los países del llamado “socialismo realmente existente” y que incluso contribuyeron a aplastar la ola revolucionaria del 68. La contraofensiva capitalista, a través del neoliberalismo, sacó partido de esto y planteó como parapeto ideológico la primacía de las libertades individuales por sobre la solidaridad social, articuló el imaginario rebelde emergente a las lógicas del mercado, pasando de un capitalismo homogeneizador, a un capitalismo que articulaba y hacia mediar la diversidad social al mercado, haciendo de las diversas identidades sociales nichos de mercado que además evidenciaban una sociedad de “libertad” y “democracia”, escondiendo sin embargo, las formas de dominación como ocurre con conceptos como “multiculturalismo”.[1]

Discursos conservadores han vuelto a ser parte de las estructuraciones del poder en los diversos niveles, en parte por el origen mismo de muchos de los grupos que fueron parte de la contraofensiva capitalista posterior a la ola revolucionaria de fines de los sesentas, como los “cristianos bautistas de Estados unidos” y otros grupos conservadores que se plantearon esta contraofensiva como una oportunidad de recobrar su poder de clase. Para enfrentar las características impugnatorias, críticas o destructivas resultantes de la exacerbación de las libertades individuales, se hicieron de un programa autoritario y ultraconservador que va desde la militarización de la sociedad hasta el dominio “biopolítico”.[2]

Por ello, en muchos países la lógica de la articulación de las clases dominantes con sectores religiosos conservadores, las instituciones castrenses, los medios de comunicación,el gran empresariado (los poderes fácticos) nos muestran de cuerpo entero la lógica de dominación social que se quiere erigir para mantener el dominio y control de la población. Se trata no sólo de la explotación sino de cómo esta se articula a las formas de dominación de género, de la destrucción de los pueblos indígenas, de la naturaleza.

Los activistas de la diversidad sexual han puesto sobre el tapete el carácter heteronormativo de nuestra sociedad y el grado de sufrimiento que se impone al naturalizar una forma de ejercicio de la sexualidad como la "natural", y el cómo no se pretende controlar solo nuestra fuerza de trabajo, entendida esta en términos clásicos, sino nuestros propios cuerpos, nuestros deseos, así como ocurre ahora con las formas intensivas de dominación de la naturaleza y la sociedad. En el Perú son violentados todos los días los derechos fundamentales de la comunidad LGBT hasta el punto de perpetrarse los llamados "crímenes de odio". Las parejas del mismo sexo no pueden proteger y compartir sus bienes de manera conjunta porque no se reconoce jurídicamente su unión. La comunidad LGTB no puede demostrar sus afectos en espacios públicos y son permanentemente objeto de maltrato por las autoridades como el serenazgo o la policía. Muchos se ven obligados a la prostitución porque en este país es fregado ser "cabro y cholo".

Tal vez yo no sea el más indicado para plantear estos temas pues de hecho mis preocupaciones han pasado más por otras luchas. De hecho tengo muchos rasgos de machismo y la dominación patriarcal porque es algo que recorre mucho por nuestras prácticas y afectos más íntimos. Sin embargo, me queda claro: que la humanidad es diversa como la vida misma; que esa diversidad es la que nos obliga a ser radicalmente democráticos y que la base de la democracia, como dice Boaventura de Sousa Santos, es la articulación del reconocimiento y el logro de la equidad a través de la redistribución del poder y de la riqueza social; que se le infringe mucho sufrimiento a gran parte de la humanidad por los prejuicios surgidos y mantenidos por instituciones como la iglesia -en sus versiones más conservadoras- y que se ligan en países como los nuestros a las políticas públicas, a través de la represión de la sexualidad y la condena de otras formas de expresarlas, considerándolas como perversas, así como el control de los cuerpos y los placeres.

Otra certeza más: ninguna lucha es desdeñable o menor, la posibilidad de un proyecto socialista, que sea una superación civilizatoria y que sea artífice del reino de la libertad, debe articular todas las formas de lucha contra la explotación, la discriminación y la dominación creando puentes "interculturales" de traducción que sean la base de una sociedad basada en las autonomías individuales y colectivas, el gran sueño de los y las socialistas de todos los tiempos, la gran consigna de la emancipación política, social y cultural, y para no invisibilizarla podemos decir también sexual, como la propusiera aquel gran marxista alemán llamado Wilhelm Reich que comprendió que en el plano de la sexualidad se libra también una trascendental lucha por la causa revolucionaria.

[1]El multiculturalismo supone una aceptación de la diversidad cultural, pero no pone en discusión las relaciones asimétricas de poder entre los pueblos y culturas. Celebra la diversidad y la hace parte de una estética folklórica que sirve para el consumo.[2] El dominio biopolítico implica un control total de todos los aspectos de la vida. Marx ya se había planteado el paso de la subsunción formal de la sociedad en el capitalismo, a la subsunción real aludiendo a un proceso en el cual la vida entera pasaba a ser colonizada por las lógicas del capitalismo. Es evidente a estas alturas que la familia patriarcal, heterosexual implica el control de las mujeres y del cuerpo, y que tiene una articulación evidente con las exigencias de disciplinamiento del trabajo como de los deseos.

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