lunes, 31 de agosto de 2009

¿Una nueva política en Venezuela? Por los recorridos del poder popular

Por: Álvaro Campana Ocampo

Lejos de toda idealización romántica hay que reconocer que lo popular es un campo heterogéneo y contradictorio. Está habitado por las predisposiciones que contribuyen con la reproducción del sistema de dominación como también aquellas que lo cuestionan... En el medio se extiende una zona gris que, según las coyunturas históricas, es más o menos ancha, una faja cuyos confines pueden progresar hacia uno u otro espectro. Toda política que tenga como horizonte la transformación radical de la sociedad debe cabalgar esa contradicción y transitar una región barrosa, remisa a los pu¬rismos metodológicos y a las rémoras dogmáticas.
Mazzeo y Stratta (2007)


El foro denominado «Repensar la Política desde América Latina»,1 nos plantea una reflexión, como parte de esta discusión, sobre el papel de los llamados nuevos movimientos sociales en las novedosas formas de pensar y hacer política que emergieron después de la caída del muro de Berlín y que tuvieron, sin embargo, un antecedente en las luchas de fines de los años sesenta.2 Estos nuevos movimientos, después del desconcierto ocurrido ante la derrota de los proyectos populares y el cuestionamiento de los meca-nismos de la institucionalidad liberal-democrática, asumirán la vanguardia de las luchas contra el neoliberalismo en América Latina y por la redefi¬nición de lo que entendemos por democracia. En este contexto adquieren singular importancia los movimientos sociales con un discurso indígena, o los movimientos campesinos: la conaie del Ecuador, el mst del Brasil y el neozapatismo en México. En el resto del mundo también emergieron luchas diversas denominadas «antiglobalización» que, en su diversidad, buscan ar¬ticularse en dimensiones que atraviesan las fronteras nacionales, apostando por tener un alcance global.

Sin embargo, luego del protagonismo de esta nueva hornada de movi¬mientos sociales en la resistencia frente a la ofensiva del neoliberalismo, en la década de 1990 en América Latina se empezó a producir lo que al¬gunos han llamado el «giro político a la izquierda». Así, en el ámbito ins¬titucional diversos proyectos políticos reconocidos en una amplia gama como progresistas, revolucionarios, nacionalistas llegaron a los gobiernos del subcontinente. Estos gobiernos emergieron al compás, en muchos de los casos, de luchas que desde la calle terminaron derribando varios go¬biernos como en Ecuador, Bolivia y Argentina. Se constituyeron, pues, nuevas mayorías políticas y electorales.

Esto nos lleva a plantear la dimensión institucional de una nueva política, principalmente cuando hay una voluntad refundadora de tales proyectos sobre los Estados nacionales, sobre la base de un nuevo prota¬gonismo popular cuyas dinámicas hace mucho han rebasado los marcos de los sistemas políticos tradicionalmente entendidos.

En dicho sentido, el presente artículo busca indagar acerca de estas novedosas formas de hacer política en el marco de un proceso como el que vive la Venezuela bolivariana; en esa dialéctica entre Estado y socie¬dad; entre los espacios institucionales en cuestionamiento y las dinámicas de los movimientos sociales; así como a partir de las diversas formas de protagonismo popular, considerando útiles los conceptos de poder cons¬tituyente y poder constituido. Se propone, por otra parte, conferir un én¬fasis especial a la noción de poder popular como la síntesis de un nuevo paradigma de la lucha emancipatoria.

Nos planteamos, además, la necesidad de analizar algunos de los as¬pectos del proceso bolivariano, polémico por el tipo de liderazgo que tiene y resistido por sectores que corren desde los defensores del neolibe¬ralismo y las políticas imperiales, hasta sectores progresistas.

La reestructuración neoliberal en Venezuela y las nuevas rebeldías

La globalización neoliberal significó la desnacionalización y desdemo¬cratización3 de los Estados y de la política, la imposición de un totalitaris¬mo del mercado, del capitalismo, de los intereses imperiales y los de las empresas transnacionales. Todo ello generó una nueva «acumulación por desposesión»4 o la colonización total del mundo de la vida por las lógicas del capital,5 redefiniendo entre otras cosas:

– Al Estado: redefinición que resulta clave en la estructuración de las sociedades latinoamericanas y que ha tenido un papel fundamental en las formas de producción de lo social. El Estado pasa a cumplir funciones principalmente represivas y de garantía de los intereses privados.
– Las formas de acumulación capitalista que, de estar basadas en un modelo fordista-industrial y en un marco nacional con las lógicas imperialistas, pasan a una forma de acumulación basada en el pre¬dominio del capital financiero y crecientemente transnacionalizado orientando la economía hacia las actividades terciarias y hacia la ex¬tracción de materias primas en los países del sur.
– La democracia: en tanto se provocan crisis derivadas de las dificul¬tades para representar lo social —ámbito cada vez más fragmentado por el mercado—, y por la imposición de un dogmatismo tecnocrático neoliberal sobre la política, que la vacía de sentido y la aleja cada vez más las decisiones de la gente. Lo anterior tiene como uno de sus canales más destacables a las instituciones globales que garantizan el «libre mercado», imponiendo políticas de flexibilización laboral, seguridad jurídica a las inversiones, etc.; que inciden directamente sobre los regímenes político democráticos.

Todas estas redefiniciones tienen como soporte la revolución cientí¬fica y tecnológica que a través de las comunicaciones y otras tecnologías han dado paso a una nueva concepción de la dimensión espacio-temporal, haciéndose soporte para la ofensiva del capital sobre el trabajo.

Ello generó un período de desestructuración de la sociedad —junto a la pérdida de soberanía de los Estados y de su dinámica de intermediario entre las luchas políticas—, propiciando la fragmentación y mercantiliza¬ción de los lazos sociales; los ciudadanos quedaron entonces convertidos en consumidores, organizados alrededor de la lógica del mercado, o en simples excluidos. Los grandes medios de comunicación, en este contex¬to, pasan a ser los estructuradores de los horizontes de sentido. A esto se sumará la precarización y flexibilización laboral, la crisis de las formas de organización social y política de las clases subalternas, resultante de estos procesos, la crisis de las instituciones, etc.
En Venezuela, esta realidad generada progresivamente por las políti¬cas de ajuste estructural tras la crisis del petróleo y de la deuda, por im¬posición de los organismos financieros internacionales, plasmada luego en el Consenso de Washington, definió una nueva topografía social que encontró rápidamente un punto de inflexión que se convirtió en la base de una nueva rebeldía social. Ésta se manifestó a través de nuevas for¬mas de protagonismo social que no pasaba por las viejas estructuras po¬líticas o sindicales; estamos hablando del Caracazo o Sacudón, una gran revuelta popular producida en Caracas y otros lugares de Venezuela en febrero de 1989, expresión del cuestionamiento al neoliberalismo y al Estado que lo imponía, y la reafirmación de esas resistencias y saberes que —en el contexto de la globalización— se hallan en los espacios locales.6

Estas nuevas formas de rebeldía serán expresiones difusas, ininteligi¬bles para las formas de pensamiento aún ancladas en las viejas realidades. El capital, con su ofensiva a través del neoliberalismo, (des)estructuró la sociedad pero también dio a luz resistencias. Luis Bonilla-Molina y Haiman El Troudi, en su libro Inteligencia social, sala situacional, nos dicen:

El Caracazo o Sacudón —como se le denominó a los acontecimientos de ese año— fue valorado y ponderado, una y otra vez sin que la inteligencia lograra entender la red de acciones sin centro, de contundencia sin límites de la iracundia popular, de creación caótica que emergió del combate contra el orden establecido durante esas cuarenta y ocho horas. Era evidente e ino-cultable que el Estado nacional venezolano ya no era la síntesis de todo el cuerpo social, como señaló por años la propaganda oficial. (2004: 15-16)

Como platean los autores del texto anteriormente citado, era una lógica de multitudes, forjada por la lucha callejera, por un aprendizaje de la rebeldía, articulado en redes difusas que trataban de comprender a través del concep¬to de inteligencia social:
La inteligencia social está referida a la experiencia y saberes acumulados por las comunidades y los grupos sociales que se expresan en estrategias de sobrevivencia contra lo enemigo, los contrarios a sus intereses y para coadyuvar al éxito de lo amigable, los aliados, lo propio.La inteligencia social agencia la resistencia, el combate y el legado del recorrido histórico insumiso, rebelde y contestatario del pueblo sobera¬no. En consecuencia, se enuncia desde la gente. (Bonilla-Molina y El Troudi 2004: 29-30)

Este nuevo protagonismo, esta «inteligencia social» se manifestará en otros momentos de lucha popular que finalmente serán el soporte del gobierno bolivariano en las políticas de cambio impulsadas en diversos momentos hasta su defensa en los intentos de golpe de estado y boicot promovidos por la oposición venezolana entre los años 2001 y 2002. Lo que, sin embargo, no estará exento de conflictos y luchas entre gobierno y movimiento popular.

Para complementar este cuadro, es interesante ver el trabajo de Raúl Ze¬lik quien en su libro Venezuela más allá de Chávez. Crónicas sobre el pro¬ceso bolivariano (2004), nos muestra cómo fueron también los militantes populares de los proyectos revolucionarios de la generación anterior —tras su derrota, y al insertarse en diversos espacios urbano-populares y rurales—, quienes se convirtieron en facilitadores de los procesos de reorganización y territorialización de la rebeldía sin volver más al viejo paradigma partidario en sentido estricto. De la misma manera, adelantando la discusión, establece¬rán relaciones complejas y conflictivas con el propio gobierno popular.

Muchos de estos esfuerzos serán la base de algunos movimientos sociales de masas, especialmente en el campo, de colectivos militantes en los barrios, o colectivos obreros que se convertirán en parte de las iniciativas de cogestión obrera de fábricas y empresas estatales y privadas. Sin embargo, la fragmentación fue una constante en la mayoría de los casos y serán el proyecto bolivariano y el liderazgo de Chávez los que terminarán articu-lando la diversidad de dinámicas militantes y «la inteligencia social»; los vinculan así en una disputa y construcción de la hegemonía que se plasma en los espacios institucionales, buscando se consolide este protagonismo popular en el que vislumbramos algo más que un simple protagonismo, y al que preferimos llamar poder popular o poder constituyente.

El proceso abierto por el gobierno bolivariano, sin duda, creará las condiciones propicias para el desarrollo de una nueva «cultura política» y la multiplicación de experiencias en las que serán protagonistas los secto¬res populares más allá de los marcos de la política tradicional, enmarcada en el sistema político demoliberal.
La dialéctica poder constituyente / poder constituido y la importancia estratégica del poder popular en las nuevas formas de hacer política

Los debates en el conjunto de la militancia —y entre los teóricos dentro del «autonomismo», una de las corrientes más interesantes y radicales de la izquierda anticapitalista con la que nos identificamos7—, sobre las relaciones de los movimientos con el Estado, luego de expresar de una manera casi fundamentalista su sospecha de toda política popular orien¬tada a los espacios institucionales, vuelven sus pasos sobre esta discusión muy pertinente sobre todo en América Latina.

Ante el problema de consolidar los avances que se obtienen en la construcción de las nuevas formas de organización, socialización y ejer¬cicio del poder en los movimientos sociales, en los espacios militantes, en los espacios públicos no estatales, etc. —como lo ha planteado Ezequiel Adamovsky (2006)—, surge la necesidad de la gestión global de lo polí¬tico. De hecho, el «giro a la izquierda» y el arribo de proyectos políticos populares a los espacios institucionales, así como el empeño de los pro¬pios movimientos sociales por construir sus instrumentos políticos para tal fin,8 nos obligan a revisar las visiones que tenemos sobre las nuevas formas de pensar y hacer política.

No obstante deberemos, para continuar con la reflexión, preguntar¬nos de qué hablamos cuando nos referimos a nuevas formas de pensar y hacer política. No abundaremos demasiado en este debate, simplemente diremos que las novedosas formas de hacer política se plantean como la acción colectiva que apunta a la consecución de la libertad, la justicia, a la construcción de una democracia más sustantiva, más que a un conjunto de tecnologías orientadas a lograr fines particulares enfrentados con otros fines.

Sin embargo, esta visión no necesariamente está vinculada a la que sustentan los partidarios del «consenso» y del «bien común», que no con¬sideran los antagonismos consustanciales de lo político, las relaciones de fuerza, la diversidad de lo social, la crítica del poder y la heteronomía que se generan en la sociedad, sino que simplemente conciben lo político como acuerdos racionales, entre individuos autónomos que deliberan sin coacción.9 Las novedosas formas de hacer política buscan una constante renovación y profundización de la democracia en todas las esferas de la vida, trascendiendo las clásicas delimitaciones entre lo social, lo político y lo cultural; desbordando los marcos de los sistemas políticos y las lógi¬cas de representación y reconociendo los antagonismos que se producen en lo múltiple de lo social por efecto de la globalización capitalista. Por ello, las nuevas formas de hacer y entender la política se enmarcan en la búsqueda de una nueva radicalidad política, anticapitalista y antineolibe¬ral, en búsqueda de la realización plena de la emancipación.

En este sentido, para entender esta concepción nueva de la política es importante plantear primero la diferencia entre «potencia» y «poder» que nos proponen algunos autores que recuperan el legado de Spinoza.10 La potencia sería un concepto más cercano a nuestra nueva idea de polí¬tica, entendiéndola como un «poder hacer», en un devenir creativo, una subversión permanente y múltiple que parte de la idea de que el ser es creativo y la vida misma es creativa. El poder, en cambio, es estático; es un «poder sobre», emparentado más con lo ya constituido, en el que la potencia se cristaliza y se gestiona, es decir, más cercano a la idea de gestión.

Ambas cosas no están —ni mucho menos— radicalmente separadas, sin embargo, el poder como gestión fue sobredimensionado en las propias políticas emancipatorias, poniéndose énfasis en la «toma del poder» como momento máximo de la política. Los propios enfrentamientos contra el capital y las formas de poder y acumulación de este último, la coloniza¬ción del mundo de la vida y su subsunción real a la lógica del capital, el desarrollo de las fuerzas productivas y de nuevas subjetividades, hicieron estallar los marcos de esta vieja política que hoy está en crisis.

Es en ese contexto que muchos nuevos movimientos sociales empezaron a representar esas novedosas formas de hacer política, desarrollando prácticas que apostaron por la autonomía, pero no sin negociación y conflicto con el mercado y el Estado; en esas prácticas se plantean lógicas prefigurativas, es decir, la construcción concreta de nuevas relaciones sociales, con políticas culturales orientadas a la construcción de una nueva cultura política para cuestionar y construir nuevos marcos de referencia concep¬tuales y horizontes de sentido que han ayudado a redefinir los marcos de la política y de la democracia (Escobar, Álvarez y Dagnino 2001). Sin em¬bargo, de haber sobredimensionado lo estatal, lo institucional y la gestión se pasó a su negación total. Es decir, muchos movimientos desdeñaron la dimensión institucional en sus apuestas por construir una política radical. Habría que establecer, por otra parte, qué peso tienen dentro del campo po¬pular estos movimientos sociales, masivos y organizados; y si no son más bien mayoritarias las masas «pasivas» frente a las masas «activas».

En este sentido, nos parece bastante útil hablar de una relación dia¬léctica entre «poder constituyente» y «poder constituido»; recogemos en el término «constituyente» la capacidad del pueblo, de la «multitud», con sus singularidades, de instituir, fundar, iniciar de manera permanente, autónoma, nuevas prácticas sociales que se expresan en las formas que adopta el poder constituido, en instituciones sociales que expresan una democratización permanente de las relaciones sociales, económicas, po¬líticas y culturales, como ejercicio pleno de una democracia sustantiva. El «poder constituyente» es reconocido como una capacidad permanente de ir más allá de la naturalización que se produce de las relaciones de poder en las sociedades.

Es en este marco que entendemos las nuevas formas de hacer políti¬ca; ello sobrepasa la lógica tradicional de comprender la política como la lucha por gestionar lo establecido. No obstante, también la dimensión institucional es muy importante, como hemos podido observar, ya que en muchos momentos permite garantizar y consolidar los avances en los procesos de democratización de la sociedad. Antonio Negri (2007) nos dice al respecto que debemos imaginar el poder constituyente como un poder que se despliega en una relación dual, donde el poder constituido está abierto a la dinámica del poder constituyente. Esto estaría ocurriendo —según Negri— en Venezuela y especialmente en Bolivia.

Se ha planteado un debate entre diversas posiciones a este respec¬to desde el llamado antipoder, el contrapoder, el doble poder y el po¬der popular. Nosotros coincidimos con quienes apuestan porque el norte estratégico-táctico de las luchas y la política emancipatoria sea la idea y la práctica del llamado poder popular; éste entendido como el ejercicio permanente, con una lógica autónoma, soberana(o) del poder (en sen¬tido afirmativo, de poder-hacer) por parte del pueblo, de la multitud en diversas dimensiones y desde diferentes espacios, incluido el ámbito ins¬titucional puesto a su servicio y que es la plasmación concreta del poder constituyente (Mazzeo y Stratta 2007: 11-12).

Poder constituyente, poder constituido y poder popular en la Venezuela bolivariana

Nos toca ahora cotejar si es que el despliegue de esta nueva política se produce en la Venezuela bolivariana como —ya de alguna manera lo hemos afirmado—, ocurre (¿ha ocurrido?, ¿viene ocurriendo?). Esta nueva política en Venezuela surge en un proceso contradictorio, nada simple, que nos plantea diversos temas a abordar: un primer tema es la relación entre el presidente, el gobierno y los movimientos, la inteligencia social a la que ya hemos aludido y el origen de esta relación. Un segundo tema es la persistencia y la necesaria distinción entre las políticas orientadas efectivamente a la construcción del poder popular y las que se desarrollan a través de lógicas populistas; dinámicas en las que, sin duda, se desen-vuelve el proceso. En tercer lugar será interesante ver las diversas etapas y expresiones de esa nueva política, y los peligros que se observan en sus varias e inevitables encrucijadas.

Primero debemos partir entendiendo que lo que hizo el presidente Chávez fue articular, en torno al proyecto bolivariano y su liderazgo, a las rebeldías que fueron gestándose y expresándose desde 1989. Este punto es importante porque, sin idealizar, diversas rebeldías ya estaban como hemos visto en proceso. «Chávez no creó los movimientos, nosotros lo creamos a él», afirma un reconocido dirigente de la Comunidad del 23 de Enero de Caracas (cf. Ciccariello-Maher2007). Desde entonces, la dialéctica entre el liderazgo de Chávez, la inteligencia social y los movimientos sociales ha tomado diversas formas teniendo sus respectivas im¬plicancias. Si bien es cierto que la rebeldía y la resistencia son anteriores a Chávez y están más allá de él, recogiendo las palabras de uno de los más importantes intelectuales venezolanos como es Edgardo Lander:

Lo que probablemente constituyen las transformaciones más significativas que han ocurrido en estos nueve años del proceso bolivariano en Venezuela, han sido los cambios ampliamente extendidos que se han dado en la cultura política de los sectores populares. Estos cambios se expresan en amplios niveles organizativos y fortalecimiento de los tejidos sociales, los sentidos de pertenencia y de dignidad individual y colectiva. La idea de la participación, lejos de ser una consigna retórica, se ha convertido en una práctica que ha generado expectativas de ámbitos crecientes de dicha participación. Y, sobre todo, ha sido, cada vez más, asumida como un derecho. (Lander2007)

En efecto, luego del intento de golpe de estado que encabezara Chávez en 1992, y con el cual se hiciera conocido en la escena política, después de pasar por la cárcel optó por la ventana electoral para realizar lo que se deno¬minaría el proyecto bolivariano, con la propuesta de refundación de Vene¬zuela a través de la instauración de la llamada Quinta República. La Cuarta República fue la del «puntofijismo», un pacto en el que la autodenominada socialdemócrata Acción Democrática y la socialcristiana copei se turnaban el poder. La Quinta República, luego de las elecciones, buscaría —a través de la convocatoria a una Asamblea Constituyente— establecer una Cons¬titución y un proyecto político. Los ejes de éstos los podemos resumir en: la apuesta por desarrollar una democracia participativa y protagónica, en oposición a la democracia representativa y elitista; un modelo de desarrollo económico endógeno y de justicia social, por contraposición a un modelo rentista petrolero que dejaba de lado la redistribución de la riqueza, siendo uno de los principales factores del conflicto; una apuesta por construir un orden internacional multipolar, superando el orden unipolar nacido luego de la implosión de la Unión Soviética y que se proyectara, además, en una perspectiva latinoamericanista.11

El proyecto en mención fue impulsado por una coalición de partidos, entre ellos el MVR (Movimiento Quinta República), junto al PPT (Patria para Todos), PODEMOS, entre otros. Sin embargo, queda claro que los par¬tidos que integraron esta coalición siempre fueron prescindibles frente al peso del liderazgo de Chávez y su relación con el pueblo bolivariano. En este sentido, es interesante ver cómo algunos de los intelectuales li¬gados al gobierno12 definían como deseable esta ausencia de mediación partidaria en lo que llamaban una articulación de la «inteligencia social» y el gobierno, y la consecución de una sinergia que hace posible la «go¬bernabilidad revolucionaria». Era una oportunidad para saltar la lógica burocrática de la democracia representativa y hacer efectivo el ejercicio del protagonismo popular cada vez más cualificado, hecho que se demos¬trará en el proceso constituyente, el referendo revocatorio, el intento del golpe de estado contra Chávez, los boicots petroleros, etc. Sin embargo, ese protagonismo busca ser desarrollado más allá (Bonilla-Molina y El Troudi 2004).

De hecho, una vez aprobada la norma constitucional se implementó una serie de instrumentos de participación popular, siendo el propio pro¬ceso constituyente parte de un conjunto de discusiones y consultas, un proceso pedagógico y de debate, que movilizó a miles de personas. Toda política en la Venezuela bolivariana está claramente orientada a promover la participación popular.

Un caso que nos parece muy interesante, por ejemplo, es el de los Co¬mités de Tierras Urbanas. La precariedad en Venezuela, en cuanto a la po¬sesión de la vivienda cuya propiedad no está formalizada, es aprovechada para promover la reconstrucción de los lazos comunitarios facilitando la formalización a aquellas comunidades que han decidido constituir un Co¬mité de Tierras Urbanas, para lo que es necesario establecer primero los linderos de la zona, desarrollar un diagnóstico de las condiciones de vida del lugar, crear un plan de desarrollo y proyectos en la comunidad.

Junto a este tipo de herramientas, además de los presupuestos participa¬tivos hay toda una gama de dinámicas para la gestión participativa que im¬plica desde la planificación (participativa), hasta las llamadas Contralorías Sociales que permiten ejercer un control directo sobre las obras y las polí¬ticas en ejecución desde cualquiera de las instancias del Estado, y también las Asambleas de ciudadanos que pueden tomar decisiones vinculantes.
Las llamadas Misiones Sociales, creadas ante las dificultades de lle¬var a cabo políticas más decididas desde los ministerios —que van desde la salud, la alfabetización, la educación primaria, secundaria y superior, programas alimentarios, culturales, productivos—, se busca sean coges¬tionadas con la población organizada. La promoción del cooperativismo y el desarrollo de experiencias productivas en los llamados núcleos de desarrollo endógeno, así como la cogestión de fábricas nos muestran los esfuerzos para construir una economía social y participativa que cuestio¬ne las relaciones de producción capitalista.

Como síntesis de todos estos procesos está la apuesta por la construc¬ción de los llamados Consejos Comunales, órganos que pretenden ser síntesis de todo el poder comunitario descrito y que han sido fortalecidos con la formación de los bancos comunales. De lo que se trata, como dice la Constitución, es de transferir el poder de decisión a las comunidades organizadas con importantes recursos.

La implementación de constituyentes en los espacios de gestión lo¬cal y regional, en instituciones como las universidades, entre otros, nos hablan de estas posibilidades de un poder constituyente que da vida a nuevas formas de organización e institucionalidad.
Es obvio que hay un propósito fundamental que es propiciar la cons¬trucción de poder popular, en esto que se llama la democracia participati¬va y protagónica desde el espacio institucional, desde el Estado conquis¬tado por un gobierno popular. En un proceso de acumulación de saberes sociales, de transformación del Estado en una red de flujos a disputar en sus diversos nodos, facilitado por los procesos generados desde la globa-lización y las transformaciones tecnológicas, se replantean las relaciones entre Estado y sociedad haciendo posible un protagonismo mayor de ésta, siendo fundamental la construcción de una nueva cultura política para hacer posible la transferencia de poder concreto a las comunidades.

Sin embargo, también es evidente el peso del Estado sobre una so¬ciedad históricamente cooptada, clientelizada y organizada en torno a la dinámica institucional, como en toda América Latina; además de los peligros que entraña la riqueza petrolera. La democracia participativa y protagónica ha tenido que enfrentarse no sólo a las tradicionales clases dominantes, sino a elementos generados por el propio proceso orientados por las lógicas de Estado, por sus tendencias a la burocratización e inclu¬so al corporativismo; ello debido a que, desde el gobierno, se han lanzado iniciativas de organización de los sectores sociales que lamentablemente se vinculan y son manipulados por los intereses creados dentro del propio gobierno.

Los peligros que percibimos vienen acechando al proceso bolivariano; los resumimos en las siguientes interrogantes: 1. ¿Se está haciendo una po¬lítica popular, o una política populista? 2. ¿Estamos asistiendo a un proceso de estatización de la sociedad como en las llamadas democracias populares del «socialismo realmente existente»? 3. ¿La negación en un determinado momento de los partidos y la presencia abrumadora del presidente Chávez, no terminan constituyendo más una democracia plebiscitaria que en una democracia participativa? 4. El partido que para muchos aparecía como oportunidad del movimiento popular para sacudirse de la burocracia «cha¬vista», ¿no está repitiendo el modelo del partido único de Cuba? Las interrogantes que planteamos surgen debido a la percepción de que la impronta caudillista está muy presente en el proceso bolivariano, y, por tanto, amena¬za con lógicas verticales de cooptación, burocráticas y de reproducción del viejo orden político «cuartorrepublicano»; lógicas que, en fin, ya han sido denunciadas por intelectuales militantes que apoyan el proceso.13

Las interrogantes que arriba proponemos están referidas al proceso en sí, desde el punto de vista de la praxis; pero en el ámbito teórico sur¬gen otras correspondientes al hilo de la problematización: ¿Es deseable institucionalizar las dinámicas del poder constituyente?, ¿no va contra su propia naturaleza?, en la relación entre poder constituyente y poder cons¬tituido ¿cómo debe plantearse la autonomía del primero?

La relación entre la multitud, entre el pueblo rebelde y la dirección del proceso —como observamos— es una relación rica, que ha permitido no sólo resistir los embates de la derecha sino avanzar en el proceso. La creación del Partido Socialista Unido de Venezuela muestra que el asunto es siempre más complejo puesto que, siguiendo el modelo cubano, parece se retrotrae la idea de un partido único que por muy partido de masas que sea, será instrumentalizado por la nueva «clase política» formada en el proceso, frenando los avances en la democratización del país y en el pro¬tagonismo popular. Debe observarse, por otra parte, que con el referendo para la modificatoria constitucional se abrió igualmente un fuerte debate respecto a los rumbos que estaba tomando el proceso, pues se planteaba una mayor concentración de las decisiones en el Ejecutivo a la vez que les daba otro rango y poder a los Consejos Comunales.

Como podemos ver, el proceso tiene múltiples contradicciones, en cuya resolución es clave la ampliación del poder popular, así como el desarrollo permanente y con grados de autonomía del poder constituyente como acicate de profundización de los procesos de transformación que se vienen llevando a cabo en Venezuela. El protagonismo de las comunida¬des organizadas, de las diversas iniciativas que surgen del campo popular, de los propios movimientos sociales que también han ido fortaleciéndose gracias al proceso bolivariano, y que sin embargo mantienen amplia auto¬nomía, es un factor de lucha contra la burocratización y la corrupción, al igual que motor para la profundización del mismo. Podemos mencionar que existen importantes sectores de trabajadores que han estado presio¬nando para cogestionar o gestionar directamente empresas, influenciando en su «nacionalización» por parte del gobierno. Igualmente, en el campo hay una lucha tenaz contra el latifundismo por parte de importantes sec¬tores movilizados, como el Frente Nacional Campesino Ezequiel Zamo¬ra, que han tenido que enfrentar el sicariato y a sectores de las Fuerzas Armadas vinculados al latifundismo y la nueva burocracia. Los indígenas del Perijá, donde hay recursos carboníferos, han debido enfrentarse con transnacionales ligadas a sectores del gobierno y han hecho respetar sus demarcaciones territoriales históricas con herramientas facilitadas por la propia Constitución bolivariana. O la gran red de medios alternativos que han ido multiplicándose por todos los lugares de Venezuela, con un so¬porte comunitario; ello ha permitido contrarrestar la desinformación y ha sacado a luz y fortalecido las prácticas, los puntos de vista, los saberes de los sectores populares.
Toda nueva dinámica o situación que aparece en la Venezuela boliva¬riana se plantea, como aquí hemos puesto de manifiesto, como oportunidad para construir una sociedad alternativa, pero también arrastra sus peligros.

A nosotros nos queda claro que este proceso, que ha abierto una serie de posibilidades para una mayor soberanía y autodeterminación de los pueblos del continente, vive uno de los procesos de transformación más importantes —junto al de Bolivia— y se constituye en un laboratorio de novedosos de¬rroteros para la acción política de lo que se ha denominado socialismo del siglo xxi, el mismo que es necesario comprender.

1 Este texto tiene como fuente el mencionado foro que da origen al presente libro. En él se plan¬teaba también la discusión acerca de la relación de los movimientos sociales y los espacios institucionales.

2 El año 1968 marcó el fin y el inicio de un nuevo momento histórico, produciéndose un cuestiona¬miento no sólo en el plano de la distribución de bienes y del trabajo, sino en la subjetividad. Nove¬dosas demandas desde entonces empezaron a ocupar el escenario, expresándose en las revueltas a escala mundial que tuvieron lugar en ese año, y que serían aplacadas por los regímenes capitalistas, pero también por los regímenes del «socialismo realmente existente», quedando su impronta hasta el presente. La derrota de estos movimientos será también el prolegómeno de la contraofensiva neoliberal en el mundo entero, tendiendo como uno de sus primeros experimentos la aplicada en 1973 tras el golpe de Estado en Chile. Desde entonces se produjeron importantes transformaciones que confluyeron en un cuestionamiento radical a las experiencias del «socialismo real» y del capita¬lismo; emergieron movimientos sociales de corte fundamentalmente identitario que mostraban una gama de nuevos antagonismos, distintos a los viejos movimientos y partidos, generándose críticas al estadocentrismo. Todo ello dio lugar a una fuerte crisis de los sistemas políticos, y se hizo más evidente el peso de los medios de comunicación.

3 «Así, en un lado aumenta el número de países donde el Estado va siendo separado de todo control real de la mayoría de la población y llevado a operar casi exclusivamente como admi¬nistrador y guardián de los intereses de los capitalistas “globales”. Se trata de un proceso de des-nacionalización del Estado y de des-democratización de las relaciones políticas en la sociedad» (Quijano 2002).

4 El geógrafo marxista David Harvey plantea que se estaría reeditando lo que Marx llamó «acu¬mulación originaria» tras la decadencia económica de los Estados Unidos que con la competen¬cia europea y japonesa orientó su economía hacia el capitalismo financiero, utilizando sus ex¬cedentes, a través de empréstitos a los países periféricos, para forzarlos a «abrir sus mercados», facilitando literalmente su saqueo a manos de las transnacionales: desde sus recursos genéticos hasta sus empresas públicas; de los recursos naturales, a sus creaciones intelectuales, a través de las privatizaciones, replicando el momento en que en Inglaterra y otros países empezaron a cer¬carse las tierras comunales. Para entender las implicancias de estos planteamientos en América Latina ver Zibechi 2004.

5 Para comprender las características de la acumulación capitalista en el presente, globalizada en todas las dimensiones de la vida y ya expandida su lógica, es interesante el rescate de la idea de subsunción formal y real del trabajo al capital que propusiera Marx. Antonio Negri plantea que se ha producido la subsunción real del trabajo al capital, constatando que el trabajo tiene como agente a un obrero social, y que la sociedad se ha transformado en una fábrica social. Así, la sociedad en su conjunto se organiza en función de la valorización del capital (ver de este autor: «Del obrero masa al obrero social» en Negri 1992). Esto significa que el conjunto de la vida social es invadido por la lógica mercantil; es la colonización del mundo de la vida de la que habla Habermas, que pretende expropiar desde los recursos básicos de la vida hasta copar las diversas expresiones culturales. Ello genera, a su vez, diversos antagonismos en un sistema cada vez más integrado en su producción, reproducción y distribución. Para comprender el concepto de subsunción formal y real del trabajo al capital en Marx ver caes s/f.

6 Estas revueltas se produjeron en el conjunto del subcontinente cuando los gobiernos democráti¬cos profundizaron los cambios estructurales de «liberalización de la economía» promovidos por el Fondo Monetario Internacional a través de los «paquetes económicos» que después tomarían forma de receta con el llamado «Consenso de Washington». Ese mismo año caería el muro de Berlín y sería proclamado el «fin de la historia» por Francis Fukuyama. Sin embargo, parecía empezar también una nueva época de rebeldía.

7 Ver la entrevista a Michael Hardt (2005) por el Colectivo La Vaca, denominada «La autonomía es un arma más fuerte que el antiimperialismo».

8 Como es el caso de los esfuerzos de los movimientos sociales bolivianos por construir un instru¬mento político, esfuerzos que desembocarán en el mas y el triunfo de Evo Morales. Igualmente, tenemos el caso del movimiento indígena ecuatoriano que, agrupado en la conaie, constituyó su instrumento político denominado Movimiento Pachacutik.

9 Sobre este debate ver el libro de Chantal Mouffe, El retorno de lo político. Comunidad, ciuda¬danía, pluralismo y democracia radical (1999), sobre todo la introducción, pp. 11-25.

10 Tomamos varias de estas definiciones de Benansayag y Sztulwark 2000.

11 Para ver más acerca del proceso venezolano, cf. Azellini 2007.

12 Ver supra sobre «inteligencia social» y los argumentos esgrimidos en torno a su relación con la gobernabilidad revolucionaria.

13 Ver los artículos de Rolan Denis en y también las críticas lanzadas por Lander 2007.



Bibliografía
Adamovsky, Ezequiel
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